Para Sarah Boyd, el viaje al Monte Rinjani fue más que una caminata: fue una prueba de resistencia, compañerismo y la belleza ilimitada de Lombok. Después de semanas descansando en las playas de Bali y disfrutando de su vibrante cultura, ella y su grupo emprendieron un desafío que los llevaría mucho más allá de sus zonas de confort.
Esto no fue un paseo tranquilo. Fue un trekking de cumbre y lago de 3 días y 2 noches que prometía vistas impresionantes, ascensos agotadores y recuerdos grabados en el alma.
Día 1: El ascenso al borde del cráter
La aventura comenzó en el tranquilo pueblo de Senaru, la puerta de entrada al Monte Rinjani. La noche anterior, Sarah llegó tarde pero fue recibida por su guía, quien llevó a su grupo a una cabaña acogedora a los pies de la montaña. A pesar del sueño profundo que siguió, la emoción por la travesía era palpable.
Al amanecer, se dirigieron a Sembalun, un pueblo rodeado de campos verdes, para registrarse antes de comenzar la caminata. El equipo, lleno de optimismo, posó para fotos y bromeó sobre el desafío que les esperaba. Lo que no sabían era que la montaña tenía planes para ponerlos a prueba.
El primer tramo del sendero comenzó suavemente, serpenteando entre pastizales dorados y vibrantes campos de chiles. La selva tropical ofrecía sombra ante el sofocante calor indonesio, y el aire estaba lleno del sonido de la naturaleza. Parecía engañosamente fácil: piernas frescas, ánimos altos y vistas simplemente espectaculares.
A la hora del almuerzo, Sarah quedó asombrada por el banquete preparado por los porteadores: bandejas de frutas, platos tradicionales indonesios y un nivel de hospitalidad que desafiaba las exigencias del trekking. Estos porteadores, cargando pesadas mochilas con sandalias, pronto se convertirían en los héroes no reconocidos de la travesía.
A medida que el sendero se empinaba, el grupo ganaba altitud rápidamente. La densa selva dio paso a caminos rocosos, y el aire se tornó más ligero al acercarse al primer campamento a 2,600 metros. Allí, en el borde del cráter, la vista se abrió para revelar el impresionante Lago Segara Anak, con sus aguas turquesas brillando bajo la luz del atardecer.
Cuando llegaron al campamento, los porteadores ya habían montado las tiendas, preparado los sacos de dormir y cocinado la cena. Mientras Sarah miraba el lago, la fatiga dio paso al asombro. Las estrellas comenzaron a aparecer una a una, pintando el cielo nocturno con una brillantez rara vez vista. Al día siguiente, enfrentarían la cumbre.
Día 2: El ascenso a la cima
La alarma sonó a las 2 a.m., sacando a Sarah de su ligero sueño. El viento aullaba contra las tiendas, y el frío de la gran altitud atravesaba sus capas de ropa. Pero la promesa de la cumbre —y el amanecer— la impulsó hacia adelante.
Equipados con linternas frontales, el grupo comenzó su ascenso en la oscuridad. El suelo volcánico era suelto e implacable, convirtiendo cada paso en una batalla. “Dos pasos adelante, un paso atrás” se convirtió en el mantra mientras ascendían las empinadas pendientes. La única luz provenía de sus linternas y el tenue destello de las estrellas sobre ellos.
A medida que el horizonte comenzaba a brillar con matices de naranja, Sarah sintió una mezcla de agotamiento y excitación. La cumbre estaba cerca, pero cada paso requería un esfuerzo inmenso. Finalmente, justo cuando el sol se liberaba del horizonte, llegó a la cima.
Desde los 3,726 metros sobre el nivel del mar, el mundo parecía completamente diferente. La sombra del Rinjani se extendía por el paisaje, proyectando un resplandor etéreo sobre el lago y los valles abajo. A lo lejos, Bali y las Islas Gili asomaban a través de la bruma matutina. El grupo permaneció en silencio, empapándose del momento. Para Sarah, fue un recordatorio de por qué había venido: para sentirse pequeña ante algo vasto y poderoso.
Día 2: La bajada al lago
Después de descender desde la cumbre, el grupo regresó a la orilla del cráter para un desayuno bien merecido. Pero el día estaba lejos de terminar. Continuaron su caminata, esta vez descendiendo bruscamente hacia el Lago Segara Anak.
El lago fue una vista bienvenida después de horas de esfuerzo agotador. Sarah y sus compañeros no perdieron tiempo y se zambulleron en sus aguas frescas, lavando la suciedad de la caminata. Cerca de allí, fuentes termales naturales ofrecían alivio para los músculos doloridos, un momento de pura dicha bajo la sombra del volcán.
La cena esa noche fue un asunto comunal, con todos compartiendo historias sobre los triunfos y desafíos del día. El segundo campamento, ubicado cerca del lago, ofreció un asiento en primera fila para una puesta de sol que parecía incendiar todo el cielo.
Día 3: Un suave adiós
El último día comenzó con una lenta subida fuera del cráter, el sendero serpenteando a través de bosques exuberantes llenos de charlas de monos. Después de dos días de terreno volcánico, el verdor fue un cambio bienvenido. La bajada se sintió casi meditativa, una oportunidad para reflexionar sobre la travesía y sus muchas lecciones.
A media mañana, el grupo salió del bosque y regresó al calor de las tierras bajas. Su aventura había llegado a su fin, pero los recuerdos —y el sentimiento de logro— permanecerían con ellos para siempre.
El Legado de Rinjani
Para Sarah, el trekking en el Monte Rinjani fue más que un desafío físico. Fue un recordatorio de la belleza que existe más allá de las comodidades de la vida diaria, una llamada a abrazar la incomodidad en la búsqueda de algo más grande.
La travesía de 3D/2N hacia la cumbre y el lago puso a prueba sus límites, pero también reveló su fuerza. Desde la camaradería del grupo hasta los paisajes que dejaban sin aliento, cada momento fue un testimonio de la magia de Rinjani.
Al dejar Lombok, Sarah llevaba consigo una simple verdad: a veces, las mejores aventuras son aquellas que te llevan más allá de ti mismo.