Haciendo senderismo en el Mt. Rinjani: Una prueba de coraje y gratitud

Ready to Go?

La atracción del Mt. Rinjani—un volcán activo de 3.800 metros en Lombok—había estado llamando a Chantae durante algún tiempo. Conocida por sus vistas impresionantes y su terreno implacable, esta caminata se había ganado la reputación de ser una de las aventuras más extenuantes pero gratificantes de Indonesia. Chantae, una aventurera experimentada y escritora, se embarcó en el Trek de 3D/2N hasta el Cumbre y Lago, lista para afrontar los desafíos físicos y mentales que la esperaban.

El Comienzo del Viaje

El día comenzó con un desayuno temprano de panqueques de plátano y té, ese tipo de combustible azucarado que los excursionistas suelen maldecir más tarde, pero al que no pueden resistirse. Chantae y su grupo—compuesto por amigos y compañeros aventureros—se reunieron en el inicio del sendero, registrando su caminata y conociendo a los porteadores que llevarían su equipo. Cuando comenzaron, los prados se desplegaron ante ellos, salpicados de yaks pastando y algún que otro montículo traicionero de estiércol.

En la primera hora, la charla del grupo se apagó, reemplazada por el crujir rítmico de las botas sobre la tierra. El camino hasta el borde del cráter no perdonaba—una ascensión directa sin zigzagueos para suavizar la pendiente. El sol caía implacable, empapando a todos en sudor. Chantae hizo una pausa para ajustar su mochila, la tela mojada se pegaba a su piel como una segunda capa.

“Quien haya diseñado este sendero debe haber odiado a los excursionistas,” murmuró a su amigo Reuben, quien sonrió y asintió en acuerdo.

Porteadores: Los héroes no reconocidos

Los porteadores que acompañaban al grupo llevaban cargas inimaginables—hasta 50 kilogramos de equipo—sobre sus hombros o equilibradas sobre palos. La mayoría no llevaba más que sandalias. Su resistencia y habilidad dejaron a Chantae asombrada, pero también resaltaron el marcado contraste entre su realidad y la de los excursionistas. Estos hombres, con sus callos endurecidos y su paso imparable, eran el verdadero pilar de cada caminata hacia el Mt. Rinjani.

El almuerzo fue una revelación. Chantae había esperado la comida utilitaria de fideos instantáneos o mezcla para senderistas, pero en su lugar, los porteadores desplegaron un banquete de arroz frito con verduras, frutas frescas e incluso refrescos fríos. El lujo inesperado se sintió casi indulgente en medio de la naturaleza salvaje.

El empuje hacia el borde del cráter

A medida que pasaban las horas, el sendero se hacía más empinado y accidentado. Las rocas sueltas y las raíces de los árboles convertían cada paso en un riesgo calculado. Chantae, usando sus habituales zapatos de correr en lugar de botas de senderismo adecuadas, sintió que su confianza vacilaba con cada resbalón y tropiezo. Sus piernas se hacían más pesadas, su respiración más corta.

Cuando llegaron a la línea de nubes, el grupo se dividió en caminantes más rápidos y más lentos. Chantae siguió adelante a través de la niebla, repitiendo un sencillo mantra: Un cuerpo en movimiento permanece en movimiento. Pero su determinación fue puesta a prueba cuando pasaron junto a un excursionista sollozante que se había detenido justo antes de llegar al borde del cráter. Fue un recordatorio de lo implacable que podía ser el Mt. Rinjani.

Pero su determinación fue puesta a prueba cuando pasaron junto a un excursionista sollozante que se había detenido justo antes de llegar al borde del cráter. Fue un recordatorio de lo implacable que podía ser el Mt. Rinjani.

Pero su determinación fue puesta a prueba cuando pasaron junto a un excursionista sollozante que se había detenido justo antes de llegar al borde del cráter. Fue un recordatorio de lo implacable que podía ser el Mt. Rinjani.


El campamento era un grupo de tiendas de campaña fluorescentes ubicadas precariamente en el borde, con vistas al vasto cráter. Los porteadores habían llegado antes que el grupo y habían preparado todo, incluida una comida caliente de curry de verduras y té de jengibre. Chantae, aún emocionada por la ascensión, les pidió a los porteadores que llenaran su botella de agua metálica con té caliente para mantenerla caliente durante la noche.

Cuando el sol se ocultó bajo el horizonte, el cielo estalló en un caleidoscopio de colores—rosas, naranjas y morados mezclándose con el azul profundo de la noche. A pesar de su fatiga, Chantae sintió una profunda sensación de gratitud. El viaje ya había sido extenuante, y la parte más difícil—el empuje hacia la cumbre—aún estaba por llegar, pero por ahora, se permitió disfrutar del momento.

Preparándose para la Cumbre

El plan era levantarse a la 1:30 a.m. para la última ascensión. Gus, el guía principal, informó al grupo sobre los peligros del sendero por delante, incluyendo una estrecha cresta con caídas empinadas a ambos lados. “Si caes ahí,” dijo con una expresión seria, “las luces se apagan.”

Nervios recorrieron al grupo. Algunos debatían si siquiera intentarían la cumbre, pero Chantae estaba resuelta. “Tienes que intentarlo,” les instó. “No puedes haber llegado hasta aquí y no intentarlo.”

Mientras se metía en su tienda esa noche, abrazando su botella de agua caliente, Chantae se preguntaba si tendría la fuerza para hacerlo. El pensamiento de dar marcha atrás la acosaba, pero también la anticipación de ver el amanecer desde la cima de la montaña. El sueño llegó de manera intermitente, interrumpido por el sonido del viento y los pasos ocasionales fuera de la tienda.

La escalada hacia la Cumbre

En la oscuridad helada, el grupo comenzó el ascenso hacia la cumbre. El sendero era empinado, y las cenizas volcánicas bajo sus pies convertían cada paso en una lucha. Las piernas de Chantae ardían con cada movimiento, y su respiración era entrecortada. Entró en un ritmo, contando los pasos para distraerse del dolor.

“Uno, dos, tres… cinco pasos más,” repitió en su mente, obligándose a avanzar.

El grupo avanzaba casi en silencio, con sus linternas frontales proyectando haces de luz estrechos sobre el sendero peligroso. Cuando Chantae sintió que flaqueaba, Gus estaba allí con una mano firme y una palabra de aliento.

Cuando los primeros rayos del amanecer rompieron el horizonte, Chantae llegó a la cima. El paisaje era indescriptible. Bajo ella, el lago del cráter brillaba como un zafiro, y la sombra del volcán se extendía a través de las nubes. Lágrimas se formaron en sus ojos mientras lo observaba todo: la belleza, la lucha, el abrumador sentimiento de logro.

Un viaje transformado

l descenso desde la cumbre no fue menos desafiante, pero vino con la satisfacción de saber que lo más difícil ya había pasado. De vuelta en el borde del cráter, el grupo compartió el desayuno y relató sus experiencias individuales del ascenso. Para Chantae, la caminata hasta el Mt. Rinjani fue más que solo un desafío físico—fue un viaje de resistencia, camaradería y conexión con la naturaleza.

Mientras empacaba su equipo y se preparaba para el descenso hacia el pueblo de Senaru, Chantae no podía evitar sentir un profundo respeto por la montaña y por las personas que hicieron posible el viaje. Hacer senderismo en el Mt. Rinjani había puesto a prueba sus límites, pero también le había dado un renovado sentido de gratitud y asombro.

Y mientras el sendero descendía hacia los bosques exuberantes abajo, llevaba esas lecciones consigo, sabiendo que esta aventura permanecería grabada en su memoria para siempre.

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